"No lo tengo claro":
cuando no sabes
lo que sientes por tu pareja
“Creo que no siento lo que debería sentir”, pero ¿qué supone que debería sentir?
Nicolás*, un amigo casado y con dos hijos, el otro día me comentaba: “Creo que no siento lo que tendría que sentir, con mi pareja anterior todo era pasión y con la de ahora a veces pienso que todo es monotonía”.
Y así, sin más, últimamente me veo envuelta en este tipo de conversaciones, ya sea en un bar entre amigos, en un mano a mano con alguien en la intimidad o también de manera asidua en terapia, en la que alguien se pregunta si lo que siente es suficiente para seguir con su pareja, para decidir construir una familia o para tomar la decisión de acabar con aquella relación que hasta ahora mantenía.
Nicolás lleva unos años ya casado y anteriormente había tenido una par de relaciones largas que no habían evolucionado, pero que siempre recuerda con mucho frenesí. Cuando él u otros amigos me realizan este tipo de comentarios, me suscitan una serie de inquietudes a veces difíciles de resolver con ellos por aquello de no invadir su espacio y porque lo que se está dando entre nosotros es un espacio lúdico e íntimo y podría ser perverso darle una mirada terapéutica. Con Nicolás me llama la atención la expresión “Creo que no siento lo que debería sentir”, pero ¿qué supone que debería sentir? Posiblemente no sienta la pasión y frenesí que sentía hace un tiempo en esa relación o quizá en esta relación nunca se ha sentido tan enamorado como en otras relaciones.
aunque luego no sé,
no me termina de gustar,
es algo muy raro, es un sí y un no»
En el otro lado está María*, una paciente con un proceso terapéutico de algo de más de un año y cuya demanda inicial estaba relacionada con una relación de dependencia a la que no ha podido poner fin hasta hace unos meses, ha empezado a conocer a diferentes personas a través de aplicaciones como Tinder. Esos encuentros no son lo esperado ya que no consigue sentir lo que sentía en su anterior pareja: “Parece que me gusta, aunque luego no sé, no me termina de gustar, es algo muy raro, es un sí y un no, pero no es lo que sentía en mi anterior relación”. En su anterior relación tenía miedo a salir con sus amigas, a hacer una vida de forma autónoma e independiente de su pareja, pero a la vez una relación que describe como “repleta de sexo y pasión”.
El no sentir lo mismo que sentía en su anterior relación la lleva a pensar que no podrá formar una pareja con ninguna de esas personas a las que está conociendo. A través de sus sesiones, va descubriendo que la intensidad que ha sentido en su anterior relación junto con su baja autoestima han sido determinantes en su dificultad para terminar con una pareja que era destructiva para ella. Es difícil saber si volverá a sentir esa intensidad de nuevo; pero lo importante es que aprenda a cuidarse en las relaciones y que pueda ir experimentando para construir su criterio acerca de qué es importante para ella en una relación de pareja.
A pesar de que se ha hecho una evolución hacia la libertad emocional y de que hemos aprendido a escuchar lo que sentimos y a darle importancia para poder decidir cómo queremos que sea nuestra relación, son muchos los que se atrapan en dudas sobre qué tipo de pareja escoger. Por supuesto que es importante que en la relación haya atracción, amor y deseo, pero también pueden ser importantes otras muchas cosas como la aceptación del otro, el respeto mutuo, los gustos en común, la admiración, el interés mutuo y un largo etcétera.
Y aunque aún existen muchas parejas que siguen institucionalizando su relación a través del ritual eclesiástico, a través del registro civil o como pareja de hecho, cada vez es más asiduo encontrarnos diferentes tipos de relaciones construidas desde una elección personal y no regladas por nada externo: parejas abiertas, parejas de finde, parejas LAT (están juntos, pero viven por separado), parejas que construyen familias reconstituidas…
El ritual eclesiástico ofrecía a las parejas una serie de características sobre las que basar su unión: la unidad indisoluble, fidelidad y fecundidad, características que desresponsabilizaban a los sujetos de la unión sobre el quehacer de su matrimonio y sobre su sentir acerca de ello. Ahora, con la disminución del poder de la Iglesia y la aceptación del divorcio, todas estas decisiones caen en nosotros. Ya no es una institución la que nos plantea cómo ha de ser nuestra relación, y eso nos coloca en un lugar de libertad y responsabilidad a la hora de decidir qué tipo de relación construir.
Por ejemplo, otra paciente, Laia* me explicó en una sesión que su novia «lo tiene todo claro conmigo, se casaría mañana mismo conmigo, se tatuaría mi nombre y sabe perfectamente y adora casi todo de mí y quiere que sea la madre de sus hijos. Yo, que es todo y cuanto quería, pero no lo tengo claro. Parece una tontería, pero proyectar un futuro de ese calibre me da vértigo y supongo que no será tan raro tal y como estoy en este momento. Pienso en cómo lo hará la gente, qué sentirán por la otra persona cuando se casan, cuando tienen hijos, cómo hacen esas parejas para que sean tan duraderas, pienso en todo…”.
Laia siente vértigo y se pregunta qué sentirán los demás para decidir casarse. A través de la terapia trabajamos para que ella descubra qué componentes quiere que tengan sus relaciones de pareja y pueda decidir si continuar en esta o no.
"Pienso en cómo lo hará la gente, qué sentirán por la otra persona cuando se casan, cuando tienen hijos, cómo hacen esas parejas para que sean tan duraderas, pienso en todo…”
LAIA
Manuel Villegas y Pilar Mallor, en su libro Parejas a la carta, explican que estas pasan por tres etapas: la inicial “Eros”, centrada en la atracción sexual, el enamoramiento, el cortejo y la idealización, y que suele durar aproximadamente entre 18 meses y tres años; después vendría la llamada “Philia”, en la que la relación se basa en el reconocimiento, el respeto y la aceptación del otro, la comunicación afectiva, el compartir ideales, aficiones, intereses y gustos; y por último, “Ágape”, que implicaría el cuidar desinteresadamente, un amor incondicional, un compromiso auténtico que suele ser la culminación de un proceso amoroso.
En Días de radio de Woody Allen, según la psicoanalítica Person: “Hay una escena en donde un minúsculo y aventajado abuelo está de pie detrás de su bien dotada esposa, intentando embutirla en uno de aquellos corsés que las mujeres llevaban en la década de los cuarenta. Es una escena cómica, pero va más allá del humor, porque evoca la naturalidad a la vez despreocupada y tierna de una pareja que ha compartido medio sigilo de intimidad física. Los dos se sienten cómodos, sin la más mínima vergüenza mutua, pese a los estragos y la gravedad de la época y su intimidad conmueve profundamente al espectador”.
Este orden, que es el habitual, no tiene porque ser el único y hay parejas que pueden iniciar su relación desde el reconocimiento, el respeto, la amistad (“Philia”), y que después diera lugar a “Eros”. Es básico que la relación se fundamente en el respeto mutuo, que cada miembro se acepte y se quiera a sí mismo, pero una vez que tenemos la base, hemos de decidir si el resto de los ingredientes que forman la pareja nos son suficientes para seguir compartiendo camino. Como dice Walter Riso, “el amor hay que pensarlo además de sentirlo. Se necesita de una dosis considerable de voluntad para mantener y llevar adelante una buena y sostenible relación afectiva: con el amor duro y crudo no basta”.
05 Septiembre 2019, 6:00am